miércoles, 21 de agosto de 2013

Dios, ¿qué quieres de mí?


Ha sido poco el camino que hasta hoy, he recorrido. Por lo que he visto y oído, soy bendecida de tener  la familia que tengo; mis padres están juntos y se aman mucho, se ve y se siente el amor que se tienen. Mis hermanos, cada quién con sus peculiaridades y diferencias, hacen de la vida familiar un delicioso caos.

Al inicio de mi vida, no la hice fácil para mis padres; los médicos dijeron que tenía una enfermedad que se da en 1 de cada 100.000 niños; (sorteadísima), dicha enfermedad se conoce como “Laringotraqueomalacia”, básicamente nací con la laringe y la tráquea inmaduras; es decir un simple resfrío para mí era una bronquitis, a los 30 días de nacida tuve que estar internada en el hospital, dentro de una cámara de oxígeno, lo único que ayudaba a que yo tuviera una respiración normal. Por lo que cuentan mis padres, hubo un momento en que el oxígeno dejó de pasar a la cámara donde reposaba mi pequeño cuerpo de recién nacida, llegué a tomar un color azulado por la falta de aire; los médicos no lograban localizar el problema, mi papá, un hombre trabajador titulado como técnico en electromedicina y un ferviente católico mariano, oró a la Virgencita de Caacupé por mi salud, por mi vida, le prometió que si le ayudaba a discernir el origen del problema que ponía en peligro mi vida; iría caminando y rezando a viva voz el santo rosario, desde nuestra casa hasta su Santuario situado a 59 km de distancia aproximadamente. Según lo cuenta papá, en ese momento “algo” le dijo que revisara la válvula que servía de conexión entre el galón de oxígeno y la cámara donde yo me encontraba, así lo hizo y se percató que la misma estaba sucia y eso imposibilitaba el paso del oxígeno, limpió y volvió a conectar; en ese momento vio como mi pechito recuperaba su color rosado, alcanzó a observar como yo reanudaba un hábito tan básico en los seres humanos, inspirar y exhalar…

Mis dos primeros años de vida los pase entre médicos y hospitales, mis padres siempre atentos a lo que podía acontecer conmigo; sobre todo mamá que renunció a su vida social por cuidarme, por evitar que el contacto con otras personas propiciara que adquiriera resfríos o gripes. En una oportunidad mi abuela materna me dijo que tenía miedo de quedarse a mi cuidado porque yo era una bebé muy frágil, que solamente mamá sabía qué y cómo hacer para que estuviera bien. No la culpo, es toda una responsabilidad cuidar de un ser delicado y enfermo. Papá mencionó en una oportunidad que el esfuerzo que yo hacía por respirar era tal, que me sudaba y en demasía la cabeza; gracias a los médicos que Dios puso en el camino de mis padres, superé todo a los 2 años, nadie sabe cómo ni por qué se da esta enfermedad, no es hereditaria ni mucho menos, simplemente es algo que a cualquier bebé le puede pasar. Algo que también descubrí al leer acerca de esta enfermedad, es más común que se presente en niños no así en niñas, es decir, lo de “sorteadísima” no fue por exagerar ni agrandar nada.

Por los relatos de mis padres, abuelos y hermanos mayores, no logré hablar claramente sino hasta los 6 años, una frase que suena mucho en los relatos familiares es: “Tero Tomar Tototo” eso lo decía yo haciendo referencia al deseo de tomar leche, me imagino el esfuerzo que hacían los de mi casa por entenderme.

En la escuela era muy callada, tanto que la psicóloga del colegio le dijo a mamá que yo parecía ser “autista” que viera algún tipo de ayuda para mí; claro que a mis 7 años no me iban a decir semejante cosa, la cuestión era sencilla, no quería y por eso no hablaba, carecía de cualquier habilidad social básica, me daba terror hablar en público desconocido e interactuar con demasiada gente. Digamos que mi experiencia en ese primer colegio no fue la mejor, una suma de muchas cosas, ahora estudiando psicología me di cuenta que “había sido” fui víctima de  bullying (se refiere a todas las formas de actitudes agresivas, intencionadas y repetidas, que ocurren sin motivación evidente, adoptadas por uno o más estudiantes contra otro u otros), a la corta edad de 6 años cursando el pre escolar algunas compañeras, incluso físicamente más pequeñas que yo, se burlaban de mí porque no hablaba, en una oportunidad me rodearon en el patio del recinto y por turno estiraron mi delantal hasta el punto de romper algunas costuras, luego vinieron empujones, jalones de cabello y gritos; recuerdo que al regresar a casa ese día, mamá me preguntó qué había pasado por eso mi uniforme venía roto, yo decidí callarme la verdad y responder con una mentira: “Me enganché por la hamaca”. Las burlas y el maltrato psicológico continuaron yo aguantaba callada; mi desquite en contra de esas niñas era, esconderme en el aula en algún momento del receso y comer a escondidas lo que ellas guardaban en sus merenderos para disfrutarlo más tarde, digamos que el pre escolar no es una etapa que yo recuerde felizmente, ya en el primer grado de primaria las cosas “mejoraron”, esas abusivas niñas cambiaron de aula y otras de colegio, pero yo seguía sin querer entablar lazo de amistad con algún compañero, recuerdo que sacaba dinero de mis padres para comprar cosas que me gustaban dentro de los límites del colegio; cosa que tampoco duró mucho porque muy pronto llamó la atención que una nena de 7 años llevara billetes grandes para gastar en la escuela, recuerdo a papá y mamá sentados frente a mí, preocupados y preguntando qué pasaba, la respuesta nunca cambiaba, siempre era la misma y escueta frase: “Nada”.

No veía la hora de salir de ese colegio, era un suplicio ir a diario a ese edificio que representaba lo peor para mí. Los domingos generalmente íbamos a visitar a mis abuelos paternos, un domingo que llegó gracias a Dios, me encontré con la hermana de mi abuela, una monja llamada Ángela, una licenciada en psicología educacional. No sé cómo, pero mi tía pudo sacar de mí lo que me había guardado, puedo recordar la expresión en su rostro cuando le narraba sin pelos en la lengua todo lo que viví en ese colegio; ella en ese entonces era directora de primaria en un colegio llamado Inmaculado Corazón de María; me propuso ir si quería, me dijo que esperaría mi respuesta; esa misma noche al llegar a mi casa con mis 10 años, le escribí una carta de 5 páginas a mi tía, obviamente le agradecí la oportunidad y le dije que me encantaría ir a su colegio. Lo demás fue aprobar el examen de admisión, que en realidad fue solo mero trámite, para nadie es un secreto que los números nunca fueron mis amigos, no ocurre lo mismo con las letras y la lectura, por lo cual reprobé matemáticas y aprobé con honores gramática.


El primer día de clases en el nuevo colegio fue el preludio a lo que viviría los próximos 8 años, conocí a 3 de mis mejores amigas, hasta el día de hoy mantengo contacto con ellas, como en muchos lugares, encontré personas antagonistas, en compañeras, profesores hasta directores pero no fueron más que personajes que aún con sus lados negativos dejaron huellas en mí, forjaron la joven que egresó de ese colegio con una seguridad que no conocía, lista para enfrentar el reto de ingresar a la universidad.

Hubo tropezones, claro, complejos e inseguridades que me recordaban lo que yo pretendía enterrar y para siempre de mi vida; qué ingenua, la realidad es que cambiar de colegio, sumó a mi vida, en una de las tantas conversaciones que tuve con mi hermana mayor en el dormitorio que compartíamos, ella mencionó que yo había cambiado mucho y para bien; que hablaba más y expresaba lo que sentía; creo que en ese instante no lo pude ver pero Dios fue colocando todo en su sitio para mí, en casa Papá y Mamá siempre nos inculcaron la importancia de vivir la fe católica, para no decepcionarlos participaba de las catequesis, misas y reuniones pastorales, algo que inició como forzado a obedecer, terminó por gustarme.

Luego de mi confirmación, fui catequista, luego integrante de grupo juvenil, animadora de grupo y coordinadora; digamos que era una joven católica básica; ¿por qué básica? Porque creí que con eso que hacía era suficiente, muy en el fondo sabía que hacía falta más, mas no hallaba la forma o el camino; mi entusiasmo inicial por la pastoral juvenil de mi Parroquia acabó cuando permití en mi inmadurez, que factores personales pesaran más que el servir a Dios en su iglesia; seguí con el ministerio de catequista, lo admito, esos 9 años de trabajar con jóvenes y 1 año con niños; son los mejores de toda mi vida, no fui ni me considero la mejor de las catequistas pero, desde mi lugar puedo orgullosamente decir que si bien no protagonicé algo extraordinario, en todo lo que hice, siempre le puse mucho pero mucho amor; creo que perder el miedo a equivocarme y confiar en Cristo obró ese milagro de creer y amar más a Dios y su iglesia. Comprendí que no es a los hombres a quien me debo como cristiana católica y servidora de Cristo, sino que me debo entera y completamente a él, sin importar las pruebas o las personas que son instrumento de aprendizaje en la vida de todo católico creyente y practicante.

Llegó un momento en mi vida como catequista que sentí que no era suficiente, que el ciclo de catequesis había terminado, lo que ofrecía ya no era relevante, que una misión nueva venía para mí, cerré el ciclo luego de 10 preciosos años como catequista. Recuerdo esa noche, en la que encerrada en mi dormitorio me pregunté: ¿Y ahora qué? ¿Cómo te sirvo, Señor? ¿Qué esperas de mí?

No estaba en mis planes, pero si en los de Dios, fui bendecida una vez más y participé de la Jornada Mundial de Jóvenes en Aparecida con los Oblatos de María Inmaculada luego en Río con jóvenes de los 5 continentes. Hasta hoy no lo puedo creer, es algo que ni remotamente esperaba concretar, ni lo soñaba. Conocí personas excelentes, conviví con ellas y tomé un enorme cariño.
Claro que agradezco todo lo vivido, recién ahora puedo entender los fracasos y los “no” a muchas de mis plegarias, no es el tiempo, aún no.

Espiritualmente, fortalecida en varios aspectos; no completamente. Personalmente, mucho por concretar y finalizar, esas sombras del pasado siempre van a estar, debo aceptar eso, son parte de lo que soy ahora, me cansé de darles importancia, me cansé de dejarles ganar y permitir que me frenen, si Dios lo aprueba y me bendice una vez más con tiempo y vida, lograré realizarme como profesional, aguantar las presiones y vivir, vivir mi vida de acuerdo a él, no de acuerdo a los demás y sus burdas presiones. Dejaré que se seque mi almohada, única testigo de las lágrimas que a vista del mundo resultarían hasta ridículas las razones que precedieron a ese torrente de agua; pero solo mi corazón sabe lo que mi alma llora, solo mi razón sabe lo que provoca que emanen esas saladas lágrimas.

Reconozco que soy genial escuchando a los demás, mas soy pésima oyendo lo que en realidad quiero decirme; bueno, siendo clara, era pésima, esta madrugada luego de enojarme con Dios, llorar y analizar, tras escribir estas confusas y desordenadas líneas, puedo discernir que no hay nadie que sea responsable de los “frenos” que se dieron en mi vida en varios aspectos, esas limitaciones me las puse yo, no hay mayor responsable que yo misma, ¡basta de auto sabotearme! Resulta hasta irónico, estudiando psicología llegar a esta resolución a mitad del camino recorrido en la carrera, la frase que resuena en mi cabeza es: “Los tiempos de Dios no son los nuestros”; debe haber algún motivo por el cual he llegado a este momento; a este auto descubrimiento, si es tarde o no, realmente no me importa; lo que sí creo es que es ahora y por algo, escuché muchas historias de cambio de vida, de conversión, de punto límite, de un antes y un después, no sé si este es un punto y coma o un punto y final a una parte de mi vida para iniciar con otro capítulo.
Me pregunto: ¿he buscado ferviente y sinceramente a Dios? ¿He respondido con un Sí sincero a su llamado? ¿Por qué me eligió? ¿Para qué me llamó? ¿En qué debo servirlo? ¿Seré capaz de asumir con valentía los planes que él tiene para mí?

Dios, sé que muchas veces por pereza no he sido perseverante en mi comunicación personal contigo; reconozco que he sucumbido a tentaciones y he pecado; me he alejado de vos, me enojé, cuestioné y reclamé un sinfín de veces; no sé si eso es rebeldía, hipocresía o cinismo; me conoces perfectamente, sabes que no hay ser más imperfecto que yo, más egoísta y desagradecido. Quiero ser digna de vos, Señor Jesús, quiero ser una servidora, quiero armar lío haciendo el bien, quiero hacer correr la voz de lo bello que es seguirte, imitarte y amarte. Pero, necesito creer más, necesito querer más, necesito temer menos, esperar más y confiadamente en vos. Te imploro, me ayudes a aumentar mi fe, te pido que me hagas digna de servirte Señor Jesús, me atrevo a suplicar que hagas de mí un instrumento, llévame a donde quieras, usa mi voz para que otros te oigan, usa mi vida para ser un testimonio de tu inmenso amor, ya no quiero ver cómo pasa la vida, ya no quiero ser una espectadora, quiero ser partícipe, quiero que a través tuyo, pueda sumarme a quienes ya dijeron que si y están valientemente peleando por convertir en realidad la “civilización del amor”. Mamita María, lleva mi súplica a tu hijo Jesucristo, que se haga su voluntad y ayúdame a aceptarla. Amén.

Santísima Trinidad, 21 de Agosto de 2013

02:30hs - 05:51hs