miércoles, 18 de junio de 2014

No somos islas


En la actualidad, valoramos más que cualquier otra cosa los afectos y la vida privada, como proveedores de sentido a la existencia. Después de unas décadas en que la vida pública, política y social habían cobrado gran relevancia, hemos llegado a la `convicción ´de que el centro de nuestro interés existencial se encuentra en la vida privada. Esto no significa individualismo a ultranza sino conciencia de que los cambios se producen desde el interior de uno mismo hacia fuera.

Hace poco leí en una encuesta que “supuestamente” hoy en día, no estamos dispuestos a correr riesgos personales por el dinero o el poder, ni siquiera por la verdad, la justicia o la belleza, sino únicamente por nuestros seres queridos, por los más próximos o por nuestro entorno. En el contacto con los sentimientos de los demás, poniéndonos en su lugar, ganamos más humanidad que oponiendo nuestras respectivas diferencias.

Con eso en mente, entonces ¿hasta qué punto somos realmente independientes? ¿O es sencillamente un rótulo para vender una falsa seguridad y una muy maquillada superioridad ante los demás? Una cosa es ser independiente y otra muy distinta un personaje que funge una independencia que no pasa de ser una patética manera de llamar la atención de ajenos y terceros haciendo a un lado a propios y cercanos. Muy irónico ¿no?

Este tipo de excentricidades se da mucho en estos tiempos, sobre todo en aquellos que abrazan y no dejan ir a heridas del pasado, hayan sido o no provocadas por otros, estas personas amantes del dolor, el orgullo, la desazón, la tristeza y la pena les cuesta muchísimo avanzar personal y espiritualmente; todos son responsables de su desdicha, todos menos ellas. Si se les ofrece ayuda o se intenta buscar un puente, la rechazan y construyen más alto su muro, pasar hacia el otro lado es imposible salvo que ella misma acepte que necesita un cambio, un escape un “algo” distinto para sentirse en primer lugar mejor, más liberada y después volver a ser feliz. Una persona que acostumbra a amar los sentimientos negativos, no puede ser JAMÁS un ser humano feliz, JAMÁS.

¿Cómo uno cae en ese victimismo absurdo? Eligiendo dos caminos que llevan al mismo destino: los celos y la envidia… destino final: SOLEDAD.


Por lo general la persona que vive en estado de victimismo permanente, nunca está contenta con nada, si no se siguen sus reglas o aceptan sus condiciones, todo está mal; y la vida no funciona de esa manera. ¿No es más sencillo acaso ser SINCERO con uno mismo, reconocer los aspectos negativos, realzar los positivos y mejorar aquello que impide avanzar hacia el autoconocimiento y autorrealización personal en lugar de andar buscando culpables? ¿O es normal que sean siempre todos los que estén equivocados y no uno mismo? ¿Es posible que “realmente” el mundo sea el problema y no uno mismo?

 No somos una isla, necesitamos de los demás, y los demás necesitan de nosotros.