En la actualidad, valoramos más que cualquier otra cosa los
afectos y la vida privada, como proveedores de sentido a la existencia. Después
de unas décadas en que la vida pública, política y social habían cobrado gran
relevancia, hemos llegado a la `convicción ´de que el centro de nuestro interés
existencial se encuentra en la vida privada. Esto no significa individualismo a
ultranza sino conciencia de que los cambios se producen desde el interior de
uno mismo hacia fuera.
Hace poco leí en una encuesta que “supuestamente” hoy en día,
no estamos dispuestos a correr riesgos personales por el dinero o el poder, ni
siquiera por la verdad, la justicia o la belleza, sino únicamente por nuestros
seres queridos, por los más próximos o por nuestro entorno. En el contacto con
los sentimientos de los demás, poniéndonos en su lugar, ganamos más humanidad
que oponiendo nuestras respectivas diferencias.
Con eso en mente, entonces ¿hasta qué punto somos realmente
independientes? ¿O es sencillamente un rótulo para vender una falsa seguridad y
una muy maquillada superioridad ante los demás? Una cosa es ser independiente y
otra muy distinta un personaje que funge una independencia que no pasa de ser
una patética manera de llamar la atención de ajenos y terceros haciendo a un
lado a propios y cercanos. Muy irónico ¿no?
Este tipo de excentricidades se da mucho en estos tiempos,
sobre todo en aquellos que abrazan y no dejan ir a heridas del pasado, hayan
sido o no provocadas por otros, estas personas amantes del dolor, el orgullo,
la desazón, la tristeza y la pena les cuesta muchísimo avanzar personal y
espiritualmente; todos son responsables de su desdicha, todos menos ellas. Si
se les ofrece ayuda o se intenta buscar un puente, la rechazan y construyen más
alto su muro, pasar hacia el otro lado es imposible salvo que ella misma acepte
que necesita un cambio, un escape un “algo” distinto para sentirse en primer
lugar mejor, más liberada y después volver a ser feliz. Una persona que
acostumbra a amar los sentimientos negativos, no puede ser JAMÁS un ser humano
feliz, JAMÁS.
¿Cómo uno cae en ese victimismo absurdo? Eligiendo dos
caminos que llevan al mismo destino: los celos y la envidia… destino final:
SOLEDAD.
Por lo general la persona que vive en estado de victimismo
permanente, nunca está contenta con nada, si no se siguen sus reglas o aceptan
sus condiciones, todo está mal; y la vida no funciona de esa manera. ¿No es más
sencillo acaso ser SINCERO con uno mismo, reconocer los aspectos negativos,
realzar los positivos y mejorar aquello que impide avanzar hacia el
autoconocimiento y autorrealización personal en lugar de andar buscando
culpables? ¿O es normal que sean siempre todos los que estén equivocados y no
uno mismo? ¿Es posible que “realmente” el mundo sea el problema y no uno mismo?
No somos una isla, necesitamos de los demás, y los demás necesitan de nosotros.