viernes, 25 de abril de 2014

Beato Papa Juan XXIII "El Papa Bueno"

Todos los fieles católicos estamos a horas de tener 2  nuevos canonizados, el Beato Papa Juan XXIII y el Beato Papa Juan Pablo II.

Desde que se dio a conocer la noticia de la doble canonización, distintos sectores “detractores” de la Iglesia Católica han gritado a los 4 vientos sus críticas y “medias verdades” como excusas para frenar lo que ellos llaman: la mayor hipocresía de todas.

A todos ellos, lamento decirles que muy a pesar de ustedes… La Canonización ES UN HECHO. Y solamente estas líneas son las que les dedicaré, seguiré con lo que realmente me interesa.

Me pregunto, mis hermanitos en la fe, hasta qué punto sabemos qué significa “Canonizar” dentro de los límites de nuestra Iglesia Católica, para ello estuve leyendo y he aquí una respuesta que me pareció la más completa.


… “Al Canonizar a ciertos fieles, se proclama solemnemente que dichos fieles han practicado heroicamente las virtudes y han vivido en la fidelidad a la gracia de Dios, la Iglesia reconoce el poder del Espíritu de santidad, que está en ella, y sostiene la esperanza de los fieles proponiendo a los santos como modelos e intercesores…” (cf Concilio Vaticano II, Lumen Gentium 40; 48-51). 

… "Los santos y las santas han sido siempre fuente y origen de renovación en las circunstancias más difíciles de la historia de la Iglesia…" (Exhortación Apostólica Christifideles Laici 16, 3).
(Catecismo de la Iglesia Católica, número 828).

Claro este punto, ahora vayamos al siguiente… ¿Quiénes pueden ser Canonizados?

Hay 4 pasos en el proceso oficial de la causa de los santos:

Etapas en un proceso de Canonización

1. Siervo de Dios.


El Obispo diocesano y el Postulador de la Causa piden iniciar el proceso de canonización. Y presentan a la Santa Sede un informe sobre la vida y las virtudes de la persona.

La Santa Sede, por medio de la Congregación para las Causas de los Santos, examina el informe y dicta el Decreto diciendo que nada impide iniciar la Causa (Decreto "Nihil obstat"). Este Decreto es la respuesta oficial de la Santa Sede a las autoridades diocesanas que han pedido iniciar el proceso canónico.

Obtenido el Decreto de "Nihil obstat", el Obispo diocesano dicta el Decreto de Introducción de la Causa del ahora Siervo de Dios.

2. Venerable.

Con el título de venerable se reconoce que un fallecido vivió virtudes heroicas.
Esta parte del camino comprende cinco etapas:

a) La primera etapa es el Proceso sobre la vida y las virtudes del Siervo de Dios. Un Tribunal, designado por el Obispo, recibe los testimonios de las personas que conocieron al Siervo de Dios. Ese Tribunal diocesano no da sentencia alguna; ésta queda reservada a la Congregación para las causas de los santos.

b) La segunda etapa es el Proceso de los escritos. Una comisión de censores, señalados también por el Obispo, analiza la ortodoxia de los escritos del Siervo de Dios.

c) La tercera etapa se inicia terminados los dos procesos anteriores. El Relator de la Causa nombrado por la Congregación para las Causas de los Santos, elabora el documento denominado "Positivo". En este documento se incluyen, además de los testimonios de los testigos, los principales aspectos de la vida, virtudes y escritos del Siervo de Dios.

d) La cuarta etapa es la Discusión de la "Positio". Este documento, una vez impreso, es discutido por una Comisión de Teólogos consultores, nombrados por la Congregación para las Causas de los Santos. Después, en sesión solemne de Cardenales y Obispos, la Congregación para las Causas de los Santos, a su vez, discute el parecer de la Comisión de Teólogos.

e) La quinta etapa es el Decreto del Santo Padre. Si la Congregación para las Causas de los Santos aprueba la "Positio", el Santo Padre dicta el Decreto de Heroicidad de Virtudes. El que era Siervo de Dios pasa a ser considerado Venerable.

3. Beato o Bienaventurado.

Se reconoce por el proceso llamado de "Beatificación". Además de los atributos personales de caridad y virtudes heroicas, se requiere un milagro obtenido a través de la intercesión del Siervo/a de Dios y verificado después de su muerte. El milagro requerido debe ser probado a través de una instrucción canónica especial, que incluye tanto el parecer de un comité de médicos (algunos de ellos no son creyentes) y de teólogos.  El milagro no es requerido si la persona ha sido reconocida mártir. Los beatos son venerados públicamente por la iglesia local.

a) La primera etapa es mostrar al "Venerable" a la comunidad como modelo de vida e intercesor ante Dios. Para que esto pueda ser, el Postulador de la Causa deber probar ante la Congregación para las 
Causas de los Santos:

- La fama de santidad del Venerable. Para ello elabora una lista con las gracias y favores pedidos a Dios por los fieles por intermedio del Venerable.
- La realización de un milagro atribuido a la intercesión del Venerable. El proceso de examinar este "presunto" milagro se lleva a cabo en la Diócesis donde ha sucedido el hecho y donde viven los testigos. 

Generalmente, el Postulador de la Causa presenta hechos relacionados con la salud o la medicina. El Proceso de examinar el "presunto" milagro debe abarcar dos aspectos: 

a) la presencia de un hecho (la sanación) que los científicos (los médicos) deberán atestiguar como un hecho que va más allá de la ciencia, y b) la intercesión del Venerable Siervo de Dios en la realización de ese hecho que señalarán los testigos del caso.

b) Durante la segunda etapa la Congregación para las Causas de los Santos examina el milagro presentado.

Dos médicos peritos, designados por la Congregación, examinan si las condiciones del caso merecían un estudio detallado. Su parecer es discutido por la Consulta médica de la Congregación para las Causas de los Santos (cinco médicos peritos).

El hecho extraordinario presentado por la Consulta médica es discutido por el Congreso de Teólogos de la Congregación para las Causas de los Santos. Ocho teólogos estudian el nexo entre el hecho señalado por la Consulta médica y la intercesión atribuida al Siervo de Dios.

Todos los antecedentes y los juicios de la Consulta Médica y del Congreso de Teólogos son estudiados y comunicados por un Cardenal (Cardenal "Ponente") a los demás integrantes de la Congregación, reunidos en Sesión. Luego, en Sesión solemne de los cardenales y obispos de la Congregación para las Causas de los Santos se da su veredicto final sobre el "milagro". Si el veredicto es positivo el Prefecto de la Congregación ordena la confección del Decreto correspondiente para ser sometido a la aprobación del Santo Padre.

c) En la tercera etapa y con los antecedentes anteriores, el Santo Padre aprueba el Decreto de Beatificación.

d) En la cuarta etapa el Santo Padre determina la fecha de la ceremonia litúrgica.

e) La quinta etapa es la Ceremonia de Beatificación.

          
4. Santo.

Con la canonización, al beato le corresponde el título de santo. Para la canonización hace falta otro milagro atribuido a la intercesión del beato y ocurrido después de su beatificación. 

Las modalidades de verificación del milagro son iguales a las seguidas en la beatificación. El Papa puede obviar estos requisitos. El martirio no requiere habitualmente un milagro. La canonización compromete la infalibilidad pontificia.

Mediante la canonización se concede el culto público en la Iglesia universal. Se le asigna un día de fiesta y se le pueden dedicar iglesias y santuarios.

La legislación actual supone la necesidad de algún milagro, tanto para la beatificación como para la canonización.

a) La primera etapa es la aprobación de un segundo milagro.

b) Durante la segunda etapa la Congregación para las Causas de los Santos examina este segundo milagro presentado. Se requiere que este segundo hecho milagroso haya sucedido en una fecha posterior a la Beatificación. Para examinarlo la Congregación sigue los mismos pasos que para el primer milagro.

c) En la tercera etapa el Santo Padre, con los antecedentes anteriores, aprueba el Decreto de Canonización.

d) La cuarta etapa es el Consistorio Ordinario Público, convocado por el Santo Padre, donde informa a todos los Cardenales de la Iglesia y luego determina la fecha de la canonización.

e) La última etapa es la Ceremonia de la Canonización.

En el año 2005, el Vaticano estableció nuevas normas para ceremonias de beatificación.

En octubre del año 2005, La Congregación para las Causas de los Santos dio a conocer cuatro disposiciones nuevas para las ceremonias de beatificación entre las que destaca su celebración en la diócesis que haya promovido la causa del nuevo beato.

Las disposiciones son fruto del estudio de las razones teológicas y de las exigencias pastorales sobre los ritos de beatificación y canonización aprobadas por Benedicto XVI.

La primera norma indica que mientras el Papa presidirá los ritos de canonización, que atribuye al beato el culto por parte de toda la Iglesia; los de beatificación –considerados siempre un acto pontificio– serán celebrados por un representante del Santo Padre, normalmente por el Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.

La segunda disposición establece que el rito de beatificación se celebrará en la diócesis que ha promovido la causa del nuevo beato o en otra localidad considerada idónea.

En tercer lugar se indica que por solicitud de los obispos o de los “actores” de la causa, considerando el parecer de la Secretaría de Estado, el mismo rito de beatificación podrá tener lugar en Roma.

Por último, según la cuarta disposición, el mismo rito se desarrollará en la Celebración Eucarística, a menos que algunas razones litúrgicas especiales sugieran que tenga lugar en el curso de la celebración de la Palabra y de la Liturgia de las Horas.

Ahora, ¿quiénes fueron estos Beatos próximos a ser Canonizados por el Papa Francisco?

Esta entrada la voy a dividir en dos partes, la primera se centrará exclusivamente en el Beato Papa Juan XXIII y la segunda en el Beato Papa Juan Pablo II.


Angelo Giuseppe Roncalli – Papa Juan XXIII – “El Papa Bueno”.



Nació el 25 de noviembre de 1881 en Sotto Il Monte en Lombardía, Italia. 

Fue el cuarto hijo de un total de catorce, del matrimonio formado por Giovanni Battista Roncalli (1854–1935) y Marianna Giulia Mazzolla (1854–1939). Trabajaban como aparceros. El ambiente religioso de su familia y la vida parroquial bajo la guía del padre Francesco Rebuzzini, le proporcionaron a Angelo una formación cristiana.

Su infancia transcurrió en una austera y honorable pobreza. Parece que fue un niño a la vez taciturno y alegre, dado a la soledad y a la lectura. Cuando reveló sus deseos de convertirse en sacerdote, su padre pensó muy atinadamente que primero debía estudiar latín con el viejo cura del vecino pueblo de Cervico, y allí lo envió.

Lo cierto es que, más tarde, el latín del papa Roncalli nunca fue muy bueno; se cuenta que, en una ocasión, mientras recomendaba el estudio del latín hablando en esa misma lengua, se detuvo de pronto y prosiguió su charla en italiano, con una sonrisa en los labios y aquella irónica candidez que le distinguía rebosando por sus ojos.

Por fin, a los once años ingresaba en el seminario de Bérgamo, famoso entonces por la piedad de los sacerdotes que formaba más que por su brillantez. En esa época comenzaría a escribir su Diario del alma, que continuó prácticamente sin interrupciones durante toda su vida y que hoy es un testimonio insustituible y fiel de sus desvelos, sus reflexiones y sus sentimientos.

En 1901, Roncalli pasó al seminario mayor de San Apollinaire reafirmado en su propósito de seguir la carrera eclesiástica. Sin embargo, ese mismo año hubo de abandonarlo todo para hacer el servicio militar; una experiencia que, a juzgar por sus escritos, no fue de su agrado, pero que le enseñó a convivir con hombres muy distintos de los que conocía y fue el punto de partida de algunos de sus pensamientos más profundos.

En 1906 fue admitido en la Orden Franciscana Seglar por el director espiritual del seminario de Bérgamo , el padre Luigi Isacchi.

Hizo una profesión de esa Regla de vida el 23 de mayo de 1907.

De 1901 a 1905 fue alumno en el Pontificio Seminario Romano. El 10 de agosto de 1904 fue ordenado sacerdote en la basílica de Santa María de Monte Santo, en la Piazza del Popolo.

El futuro Juan XXIII celebró su primera misa en la basílica de San Pedro el 11 de agosto de 1904, al día siguiente de ser ordenado sacerdote. Un año después, tras graduarse como doctor en Teología, iba a conocer a alguien que dejaría en él una profunda huella: monseñor Radini Tedeschi. Este sacerdote era al parecer un prodigio de mesura y equilibrio, uno de esos hombres justos y ponderados capaces de deslumbrar con su juicio y su sabiduría a todo ser joven y sensible, y Roncalli era ambas cosas. Tedeschi también se sintió interesado por aquel presbítero entusiasta y no dudó en nombrarlo su secretario cuando fue designado obispo de Bérgamo por el papa Pío X. De esta forma, Roncalli obtenía su primer cargo importante.

Dio comienzo entonces un decenio de estrecha colaboración material y espiritual entre ambos, de máxima identificación y de total entrega en común. A lo largo de esos años, Roncalli enseñó historia de la Iglesia, dio clases de Apologética y Patrística, escribió varios opúsculos y viajó por diversos países europeos, además de despachar con diligencia los asuntos que competían a su secretaría. Todo ello bajo la inspiración y la sombra protectora de Tedeschi, a quien siempre consideró un verdadero padre espiritual.

En 1905, fue nombrado secretario del obispo de Bérgamo, Giacomo Radini Tedeschi, y en el año siguiente fue el encargado de la enseñanza de Historia y Patrología en el seminario de Bérgamo. Ocupó estos puestos hasta la muerte de «su» obispo, como siempre recordaría a Radini Tedeschi.

En 1914, dos hechos desgraciados vinieron a turbar su felicidad. En primer lugar, la muerte repentina de monseñor Tedeschi, a quien Roncalli lloró sintiendo no sólo que él perdía un amigo y un guía, sino que a la vez el mundo perdía un hombre extraordinario y poco menos que insustituible. Además, el estallido de la Primera Guerra Mundial fue un golpe para sus ilusiones y retrasó todos sus proyectos y su formación, pues hubo de incorporarse a filas inmediatamente. A pesar de todo, Roncalli aceptó su destino con resignación y alegría, dispuesto a servir a la causa de la paz y de la Iglesia allí donde se encontrase. Fue sargento de sanidad y teniente capellán del hospital militar de Bérgamo, donde pudo contemplar con sus propios ojos el dolor y el sufrimiento que aquella guerra terrible causaba a hombres, mujeres y niños inocentes.


Durante la Primera Guerra Mundial, ejerció primero como sargento médico y más tarde como capellán militar.

En 1921, fue llamado desde Roma por el papa Benedicto XV para ocupar el cargo de presidente para Italia del Consejo Central de la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe.

En 1925, El papa Pío XI lo designó simultáneamente arzobispo de Areopoli y enviado oficial para Bulgaria el 3 de marzo de ese mismo año.

El 19 de marzo de 1925,  Angelo Giuseppe Roncalli fue consagrado arzobispo titular de Areopoli; eligió como su lema episcopal "Obedientia et Pax".

En Bulgaria, realizó su labor apostólica visitando las comunidades católicas y estableciendo relaciones de respeto y estima con otras comunidades cristianas, en especial de la Iglesia Ortodoxa.

En una ocasión en Bulgaria fue a visitar a unos heridos internados en un hospital católico que trataba gratuitamente a todas las personas, independientemente de su religión. Estos heridos fueron víctimas de un atentado contra el rey Boris III en una catedral ortodoxa de Sofía, siendo ortodoxos que frecuentaban su lugar de culto. El rey búlgaro quedó tan impresionado que lo recibió en audiencia privada, siendo un acto inédito porque los visitadores apostólicos no gozaban de ningún estatuto diplomático y las relaciones entre la minoría católica y la mayoría ortodoxa eran muy tensas.

Hechos como este constituyeron las bases de la futura delegación apostólica. En efecto, su labor fue tan fructífera que se lo designó delegado apostólico para Bulgaria el 16 de octubre de 1931. 

El 30 de noviembre de 1934 fue designado Arzobispo títular de Mesembria, y el 12 de enero de 1935 fue nombrado delegado apostólico para Turquía (vicario apostólico de Estambul, antigua Vicaría Apostólica de Constantinopla). El mismo día se lo designó Delegado Apostólico para Grecia, atendiendo desde Estambul los asuntos relativos a ambos países.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Roncalli se mantuvo firme en su puesto de delegado apostólico, realizando innumerables viajes desde Atenas y Estambul, llevando palabras de consuelo a las víctimas de la contienda y procurando que los estragos producidos por ella fuesen mínimos. Pocos saben que si Atenas no fue bombardeada y todo su fabuloso legado artístico y cultural destruido, ello se debe a este en apariencia insignificante cura, amable y abierto, a quien no parecían interesar mayormente tales cosas.

Su intervención para socorrer a miles de judíos de la persecución nazi mientras servía como Delegado Apostólico del Vaticano en Turquía durante la Segunda Guerra Mundial fue proverbial.

El 23 de diciembre de 1944, el papa Pío XII lo nombró nuncio apostólico de Francia. Contribuyó a normalizar la organización eclesiástica en Francia, desestabilizada por los numerosos obispos que habían colaborado con los alemanes. Gracias a su cortesía, su sencillez, su buen humor y su amabilidad pudo resolver los problemas y conquistar el corazón de los franceses y de todo el Cuerpo Diplomático.

El 12 de enero de 1953 el papa Pío XII lo ordena Cardenal presbítero con el título de Santa Prisca, siendo designado tres días después como patriarca de Venecia.

Como patriarca de Venecia, solía navegar por los canales de la ciudad sin la vestimenta de cardenal, y detenerse para hablar con los gondoleros, las prostitutas y menesterosos, quienes le contaban sus problemas. Su forma de ejercicio del poder se caracterizó por el servicio y el perdón.

El 28 de octubre de 1958, contando con casi 77 años, Roncalli fue elegido papa ante la sorpresa de todo el mundo. Para empezar, adoptó el nombre de Juan XXIII, que además de parecer vulgar ante los León, Benedicto o Pío, era el de un famoso antipapa de triste memoria. Escogió el nombre de Juan (nombre de su padre y del patrón de su pueblo natal, aunque escogió este nombre por el evangelista de nombre Juan). Fue entronizado el 4 de noviembre (21 días antes de su cumpleaños 77) por el cardenal Nicola Canali, protodiácono de San Nicola in Carcere Tulliano.

Luego, abordó su tarea como si se tratase de un párroco de aldea, sin permitir que sus cualidades humanas quedasen enterradas bajo el rígido protocolo, del que muchos papas habían sido víctimas. Ni siquiera ocultó que era hombre que gozaba de la vida, amante de la buena mesa, de las charlas interminables, de la amistad y de las gentes del pueblo.

Después del largo pontificado de su predecesor, los cardenales parecieron escoger un papa de transición a causa de su avanzada edad y de su modestia personal. 

Ni los cardenales ni el resto de la Iglesia esperaban que el temperamento alegre, la calidez y la generosidad del papa Juan XXIII cautivaran los afectos del mundo de una forma en que su predecesor no pudo. Al igual que Pío XI pensaba que el diálogo era la mejor forma para dar solución a un conflicto.

Enseguida empezó una nueva forma de ejercer el papado. Fue el primero desde 1870 que ejerció su ministerio de obispo de Roma visitando personalmente las parroquias de su diócesis. Al cabo de dos meses de haber sido elegido, dio ejemplo de obras de misericordia: por Navidad visitó los niños enfermos de los hospitales Espíritu Santo y Niño Jesús; al día siguiente fue a visitar los prisioneros de la cárcel Regina Coeli.

En su primera medida de gobierno vaticano, que le enfrentó con el resto de la curia, redujo los altos estipendios (y la vida de lujo que, en ocasiones, llevaban los obispos y cardenales). Asimismo, dignificó las condiciones laborales de los trabajadores del Vaticano, que hasta ese momento carecían de muchos de los derechos de los trabajadores de Europa, y además retribuidos con bajos salarios. Por primera vez en la historia nombra cardenales indios y africanos.

Tres meses después de su elección, el 25 de enero de 1959, en la Basílica de San Pablo Extramuros y ante la sorpresa de todo el mundo anunció el XXI Concilio Ecuménico -que posteriormente fue llamado Concilio Vaticano II, el I Sínodo de la Diócesis de Roma y la revisión del Código de Derecho Canónico.

Este Concilio fue inspirado en la figura del papa Pío IX precursor del Concilio Vaticano I y quien, según el papa Juan XXIII, nadie en la historia de la Iglesia había sido tan amado y tan odiado a la vez.

El 2 de diciembre de 1960 se reunió en el Vaticano durante una hora con el arzobispo de Canterbury, Geoffrey Francis Fisher. Era la primera vez en más de 400 años, desde la excomunión de Isabel I, que la máxima autoridad de la Iglesia de Inglaterra se reunía con el papa.

Durante su Pontificado nombró 37 nuevos cardenales, entre los cuales por primera vez un tanzano, un japonés, un filipino, un venezolano, un uruguayo y un mexicano.

El 3 de enero de 1962 excomulgó a Fidel Castro, iniciativa amparada en condenas expresadas por el papa Pío XII en 1949.

Juan XXIII escribió ocho encíclicas en total, según el siguiente orden cronológico:

  • Ad Petri Cathedram (29 de junio de 1959);
  • Sacerdotii Nostri Primordia (1 de agosto de 1959);
  • Grata Recordatio (26 de septiembre de 1959);
  • Princeps Pastorum (28 de noviembre de 1959);
  • Mater et Magistra (15 de mayo de 1961);
  • Aeterna Dei Sapiencia (11 de noviembre de 1961);
  • Paenitentiam Aqere (1 de julio de 1962);
  • Pacem in terris (11 de abril de 1963).
Su magisterio social en las encíclicas Mater et Magistra y Pacem in terris fue profundamente apreciado. En ambas pastorales se insiste sobre los derechos y deberes derivados de la dignidad del hombre como criatura de Dios.

La encíclica Pacem in terris fue dirigida no solo a los católicos, sino «a todos los hombres de buena voluntad». Escrita en plena guerra fría luego de la crisis de los misiles en Cuba de octubre de 1962, la encíclica contiene un rechazo incondicional de la carrera de armamentos y de la guerra en sí misma. Sostiene que en la era atómica resulta impensable que la guerra se pueda utilizar como instrumento de justicia. Esto, a su vez, implicó una virtual abolición del concepto de “Guerra Justa”.

El 11 de octubre de 1962 el papa Roncalli abrió el Concilio Vaticano II en San Pedro. Este Concilio cambiaría el rostro del catolicismo: una nueva forma de celebrar la liturgia (más cercana a los fieles), un nuevo acercamiento al mundo y un nuevo ecumenismo. Respecto de esto último, Juan XXIII había creado en 1960 el Secretariado para la promoción de la unidad de los cristianos, una comisión preparatoria al Concilio que más tarde permanecería bajo el nombre de Consejo Pontificio para la unidad de los cristianos. Era la primera vez que la Santa Sede creaba una estructura consagrada únicamente a temas ecuménicos. Para la presidencia de ese organismo el papa designó al cardenal Augustin Bea, quien luego se convertiría en una de las figuras determinantes del Concilio Vaticano II.

Desde la apertura del Concilio, el papa Juan XXIII enfatizó la naturaleza pastoral de sus objetivos: no se trataba de definir nuevas verdades ni condenar errores, sino que era necesario renovar la Iglesia para hacerla capaz de transmitir el Evangelio en los nuevos tiempos (un aggiornamento), buscar los caminos de unidad de las Iglesias cristianas, buscar lo bueno de los nuevos tiempos y establecer diálogo con el mundo moderno centrándose primero "en lo que nos une y no en lo que nos separa".

Al Concilio fueron invitados como observadores miembros de diversos credos, desde creyentes islámicos hasta indios americanos, al igual que miembros de todas las Iglesias cristianas: ortodoxos, anglicanos, cuáqueros, y protestantes en general, incluyendo, evangélicos, metodistas y calvinistas no presentes en Roma desde el tiempo de los cismas.

Juan XXIII canonizó a:

  • San Martín de Porres, primer santo negro de América (6 de mayo de 1962);
  • San Pedro Julian Eymard (9 de diciembre de 1962);
  • San Vicente Pallotti (20 de enero de 1963).
El 23 de mayo de 1963 se anunció públicamente la enfermedad del papa: cáncer de estómago que, según su secretario Loris Francesco Capovilla, le fue diagnosticado en septiembre de 1962.
El papa no quiso dejarse operar temiendo que el rumbo del Concilio se desviara de lo estipulado. Así, el mismo papa estaba firmando su sentencia de muerte. Al fin, después de sufrir esa grave enfermedad, el papa Juan XXIII murió en Roma el 3 de junio de 1963, hacia las dos y cincuenta.

Finalizó sus días sin ver concluida su obra mayor, a la que él mismo consideró "la puesta al día de la Iglesia".

En la memoria de muchos, el papa Juan XXIII ha quedado como "el Papa Bueno" o como "el Papa más amado de la historia".

Fue sucedido por Pablo VI, quien en 1965 iniciaría el proceso de beatificación del propio Juan XXIII después de la clausura del Concilio Vaticano II.

Para la beatificación de Juan XXIII, el milagro aprobado es la curación de una perforación gástrica hemorrágica con fístula externa y peritonitis aguda de la monja Caterina Capitani en 1966.

Capitani fue operada en Nápoles el 30 de octubre de 1965, pero el 14 de mayo del año siguiente su estómago se perforó, provocando una grave hemorragia. El sacerdote le impartió la extremaunción. “Cuando parecía que ya quedaba poco, ella y yo - recuerda Adele - empezamos a rezar una novena y pusimos una reliquia del Papa Juan XXIII sobre la fístula”. Según contó Capitani en la memoria, “mientras estaba dormitando percibí una mano rozándome la herida y una voz que me llamaba desde atrás: ‘¡sor Caterina!’... vi de pie, al lado de la cama, al Santo Padre con un rostro muy bello y sonriente. Me dijo: ‘Caterina: han rezado tanto, tú y tus hermanas. ¡Me arrancaron del corazón este milagro! Ahora estás bien. Toca el timbre, llama a tus compañeras que están en la capilla rezando y una que otra se ha quedado dormida. Que te pongan el termómetro si no confían, pero tú no tienes fiebre. Estás sanada’”. Sor Adele recuerda cómo el timbre de la moribunda empezó a sonar como loco y cómo ella y las otras se precipitaron  a su habitación y la vieron parada en la cama gritando: ‘¡estoy bien, estoy bien!’. “Nosotros pensamos que estaba alucinando. Pidió comida, ya que llevaba 12 días sin ingerir nada porque tenía el estómago lacerado”. La fístula estaba cerrada, “(El doctor) Giuseppe Zanini -cuenta Adele- sacudía la cabeza y dijo: ‘Esta monja es medio rara’. Confundido, dejó la habitación”. Zanini redactó el reporte sobre una curación que no tenía explicación científica.
Juan XXIII fue beatificado por Juan Pablo II el 3 de setiembre de 2000, junto con el papa Pío IX. Su fiesta litúrgica quedó fijada el 11 de octubre, día de la apertura del Concilio Vaticano II.
Cuando su cuerpo fue exhumado en el año 2000, corrió el rumor de que se hallaba incorrupto, pero fuentes del Vaticano lo negaron, recordando que había sido embalsamado. Sus restos actualmente descansan en la Basílica de San Pedro, en Roma.
Juan XXIII también es honrado por muchas organizaciones protestantes como un reformador cristiano. La Iglesia de Inglaterra lo considera santo y tanto los anglicanos como los protestantes conmemoran a Juan XXIII como "renovador de la iglesia".
La tumba que ocupaba el papa Juan XXIII, ha sido ocupada por el papa Juan Pablo II.
La prensa italiana informó que la Congregación para las Causas de los Santos del Vaticano aprobó el 2 de julio de 2013 los milagros conducentes a la canonización del beato Juan Pablo II y del Beato Juan XXIII.
El 5 de julio de 2013 el Papa Francisco firmó el decreto que autoriza la canonización de Juan Pablo II y de Juan XXIII. El 30 de septiembre del mismo año, se anunció que la ceremonia conjunta de canonización de ambos papas tendrá lugar este 27 abril de 2014.
Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de San Egidio y autor de varios libros sobre la historia de los papas, resumió el camino a la santidad de Juan XXIII: "No necesitó un segundo milagro porque su milagro fue el Concilio Vaticano II". 
 Algunas Anécdotas del 
“Papa Bueno”.
Era patriarca de Venecia. Supo que uno de sus sacerdotes llevaba una vida turbia y que frecuentaba un lugar poco digno para un eclesiástico. Pudo suspenderle en sus funciones; pudo aplastarle con su poder; pudo ejercer toda la fuerza de su autoridad. Pero ¿qué hizo? Lo esperó un día en el lugar que solía frecuentar. El sacerdote palidece. El patriarca lo toma del brazo y con naturalidad le pide que le acompañe al palacio. Y una vez en su despacho se arrodilla ante el sacerdote caído y le pide: «Por favor, confiéseme». Y lo hace con toda humildad y naturalidad.El sacerdote lo absuelve y el patriarca abrazándolo le dice: «Hijo mío, me gustaría que reflexionases acerca del don maravilloso que Dios te ha dado de perdonar los pecados a los hombres, incluso a tu mismo arzobispo. Que esto te anime a evitar lo más posible el pecado en tu misma vida y como gratitud a Cristo».

  • Para los fieles católicos, el "Papa Bueno" fue aquel que se asomó por sorpresa el 11 de octubre de 1962, mientras se celebraba la apertura del Concilio, y pronunció el famoso y poético Discurso de la luna. "…Cuando vuelvan a sus hogares, sus niños estarán durmiendo: acarícienlos sin despertarlos y explíquenles después que era la caricia del papa…", improvisó en un discurso que pasó a la historia.



  • Durante una conferencia celebrada en la Oficina de Prensa de la Santa Sede el 23 de abril -dirigida por el Padre Federico Lombardi-, el mayordomo de Juan XXIII recordó el “pequeño incidente” ocurrido durante el Cónclave de 1958.
“Yo estaba en el Cónclave asistiendo al Papa Roncalli, lo acababan de elegir, pero decidieron alargar el Cónclave para comunicarlo al mundo al día siguiente. Después de la cena me mandó ir a recoger unas cartas a su apartamento. Tenía que atravesar parte del Vaticano, pero me encontré con unos gendarmes que me bloquearon la entrada”. Necesitaba el permiso del Cardenal Tisserant -entonces Decano del Colegio Cardenalicio. Me dirigí al Cardenal Tisserant, era un hombre francés con mucha personalidad, y me respondió enfadadísimo: “¡Usted sale del Cónclave y queda excomulgado!”.
El mayordomo volvió al Cónclave y se lo contó todo al Papa Juan, que le respondió: “¡Pues entonces sal y le dices al Cardenal Tisserant que si él te excomulga, luego el Papa te quita la excomunión!”

El mayordomo también recuerda que según el protocolo, después de ser elegido Papa, debía arrodillarse ante él y besarle el anillo. Al Papa Roncalli no le gustaban estos formalismos y le propuso un pacto: “Tú me besas el anillo solo por la mañana y lo mismo por la noche, pero no te arrodilles”. De modo que a la mañana siguiente, cuando le abrió la puerta de la habitación le dijo mirando a la pequeña capilla del dormitorio. ‘Ves al Santísimo, vete a arrodillarte ante Él”.
El mayordomo recordó decenas de escapadas en las que ayudó al Pontífice a salir del Vaticano para disfrutar de la ciudad de Roma. De todos los momentos que pasó junto a Roncalli, Gusso recuerda con especial cariño uno, cuando todavía siendo el Patriarca de Venecia, se armó de valor para pedirle un aumento de sueldo y poder casarse con su novia. Roncalli le respondió que no debía preocuparse por el dinero.

“Para envalentonarme me tomé una grappa –un licor típico italiano-, y le dije, eminencia, con esta paga no puedo casarme con mi novia”. “Entonces el Papa me habló del Evangelio según San Mateo, que dice: ‘¿Ves las aves del cielo? No se preocupan por el día de mañana, no siembran, ni ahorran, y ninguna pasa hambre’. Tú no tienes que pensar en eso”.

“Ese Evangelio me cambió la vida, confié en Dios y después el cardenal fue nombrado Papa”. Para no olvidarse de este consejo, Gusso escribió con letra grande el Evangelio de San Mateo, Capítulo 6, Versículo del 24-34, y lo enmarcó en un gran cuadro. “Lo tengo puesto a la entrada de mi casa. Y cada día cuando entro y cuando salgo, lo leo, y me acuerdo de aquél día”.

  • Una vez, cuando tuvo que posar para una fotografía oficial, el papa se encontraba incómodo. Un momento dado le dijo a uno de sus acompañantes "Dios sabía hace 77 años que algún día yo sería papa. ¡Ya podría haberme hecho algo más fotogénico!".

  • Su incomodidad ante la perspectiva de ser retratado se reflejó en otra ocasión, en 1959, se encargó un retrato suyo. Estar sentado y quieto con la misma expresión no era una de las virtudes del papa, que al final del primer día de posado exclamó "¡Ahora entiendo qué sentían los santos cuando les quemaban en la hoguera!".
  • Solía decir "hay tres maneras de perder el dinero en la vida: mujeres, apuestas y la agricultura. Mi padre eligió la más aburrida de las tres". 





  • En una ocasión le dijo a uno de los trabajadores "Veo que perteneces al mismo partido que yo", a lo que el carpintero, sorprendido, le contestó "Pero Padre, no pertenezco a ningún partido". "Sí", le contestó el Papa, "te haces miembro automáticamente: es el partido del hombre gordo".

  • Las salidas del Papa propiciaron algunas críticas, lo cual hizo que comentara "Dicen que salgo demasiado de día. Muy bien, pues entonces saldré más de noche". Y preguntado una vez por cuánta gente trabajaba en el Vaticano, no dudó en decir "sólo la mitad".



  • Roncalli dijo una vez: "Sabéis, es difícil ser un nuncio papal. Me invitan a todas las fiestas diplomáticas donde la gente está de pie, con un plato de canapés intentanto no parecer aburridos. Entonces, entra una mujer voluptuosa con un escote y todo el mundo se da la vuelta. Y me miran a mí".

  • Según cuentan, durante sus primeros días como papa, solía despertarse durante la noche con un problema en mente. Entonces, se decía a sí mismo "Lo hablaré con el papa", pensando que seguía siendo cardenal. Hasta que se daba cuenta: "¡Pero si soy yo el Papa! Muy bien, entonces lo hablaré con Dios".

  • Cuando un niño le dijo que de mayor quería ser o policía o Papa. Juan XXIII le dijo "Si yo fuera tú, me metería a policía. Pueden nombrar Papa a cualquiera, ¡mírame a mí!".

  • Sus últimas palabras fueron: "Tuve la gran gracia de nacer en una familia cristiana, modesta y pobre, pero con el temor de Dios. Mi tiempo en la tierra está llegando a su fin. Pero Cristo vive y continúa su trabajo en la Iglesia. Almas, almas, ut omnes unum sint ".
Entonces, Van Lierde, el sacristán papal le ungió sus ojos, los oídos, la boca, las manos y los pies. Abrumado por la emoción, Van Lierde olvidó el orden correcto de la unción, pero Juan XXIII le ayudó suavemente antes de despedirse de los allí presentes.



Agradezcamos a Dios por tan bello testimonio de vida, testimonio que será elevado a los más grandes honores este domingo 27, oremos para que muchos hermanos a través de nuestro Beato Papa Juan XXIII, encuentren nuevamente su camino junto a Cristo en su iglesia, la Iglesia Católica. Paz y Bien.